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martes, 1 de octubre de 2024

Cabalgando la gran ola del amanecer. Cometa C/2023 A3 (Tsuchinshan-ATLAS)




La esperanza es lo último que se pierde…

Bueno, yo prefiero el dicho de… el que la sigue la consigue. Y salvo que la salud me lo impida nunca dejaré de soñar con la llegada del próximo gran cometa. Cómo añoro aquellas experiencias admirando al gran Hyakutake, o esperando la salida del Hale Bopp…

Cada vez que anuncian la llegada de uno que podría ser potente ya no me hago ilusiones, mejor así, así que cada vez que dicen “llega el cometa del siglo” yo lo convierto en una nueva aventura para disfrutar. Tan solo eso. Pase lo que pase seguro que será ocasión para montar una expedición, programar salida o lo que surja para poder ir a verlo. Y eso es lo que mola.

Y aquí tenemos ya al gran cometa tan esperado como innombrable, este no necesita ocho apellidos, con uno chino es suficiente para que además se te trabe la lengua: C/2023 A3 (Tsuchinshan-ATLAS)

Llevan tiempo hablando de él. Pude echarle un ojo allá por el mes de mayo y disfruté mucho la experiencia (El cometa de los dos Crepúsculos), pero parecía tan lejano el perihelio en aquellos momentos… Tempus fugit…

  


Y ahora está a punto de caramelo. El momento ha llegado y lo hace por ahora con una ventana de visibilidad pésima y de madrugada, ideal para mí que me pilla con las pilas a mínimos de agotamiento.

Pero no puedo dejarlo pasar, si no aprovecho y lo intento al menos una vez me perderé su melena mañanera. Y tengo el antojo de verlo antes de que se ponga a buenas para ver sus cambios.

Las imágenes ya corren como la pólvora (no voy a mencionar que a algunas se les ha pasado el retoque de frenada…) pero es una chulada de cometa.

La fortuna del espectáculo ahora es para observadores del hemisferio sur. Aquí en la península parece que se asoma muy bajito en el balcón de la mañana, poco antes de despuntar el día apagando todo atisbo de oportunidad.

Bueno, pues habrá que desafiar al crepúsculo a ver qué se deja ver antes de perderse en los brazos del sol.

 

Veo por las fechas que quedan pocas oportunidades antes de que se lo trague Lorenzo y el tiempo no acompaña, día tras día compruebo la meteo y la cosa pinta mal de nubes al este. Bueno, ante todo seguridad. Así que si no hay opciones seguiré esperando.

 

Hasta que llega el día del perihelio. Era el 28 de septiembre, y para alegría de todos estaba despejado. Digo alegría porque era sábado y teníamos actividad de telescopios en el observatorio, siempre da pena que se tenga que cancelar por mal tiempo y esta vez todo apuntaba a que aguantaría incluso varios días. Ahí se me enciende la bombilla.

Pues ya que va a estar despejado ¿por qué no aprovechamos para ver el cometa? Así de golpe se me ocurrió plantearlo y rápido se animaron los compañeros. Vale, pues nos quedamos a hacer pruebas de trabajo cuando se vaya el público aprovechando el cielo y luego nos echamos un poco hasta la hora de salida del cometa. Mola el plan.

Y tanto que molaba, hasta que la noche tomó un giro inesperado. Todo parecía emocionante hasta que comenzamos a notar que el cielo se clareaba, que perdía contraste, y para colmo estabilidad empeoró mucho. Siempre es un fastidio, pero no por eso voy a perder el entusiasmo de cazar el cometa de nuevo. Tras la sesión del público, que disfrutó mucho, nos quedamos para trastear hasta que terminamos y nos despedimos pasadas las 2 de la madrugada poniendo las alarmas para volver a vernos de nuevo en el observatorio.

 

Estaba reventada de agotamiento.

Llegué a casa y lo primero que me tocó fue dar de comer a los dos nuevos michi-motos que habitan en casa, eso si,  a menos de un palmo del suelo.

Antares y Albireo salieron a recibirme con sus maullidos de… ¡qué hay de comer!…  y hasta que no se saciaron no pude prepararme para dormir. Entre unas cosas y otras se me fue el tiempo y tan cansada que estaba que dije: necesito dormir lo máximo posible sin perder tiempo. Así que me acosté con la ropa puesta. Para qué perder tiempo, total, el despertador me decía que solo iba a dormir dos horas y media.

(Alarma sonando)

Santo cielo, si acabo de cerrar los ojos… ahghh es horrible, esa sensación de no haber descansado nada. ¿Para qué había puesto la alarma? Ando algo aturdida… Ah ¡El cometa!

 

Uf, menos mal que estoy vestida. Ahora pillo el abrigo, la cámara, las llaves del coche y salgo pitando… En 20 minutos tengo que estar allí plantada por si sale, no quiero perdérmelo antes de que aparezcan las luces del crepúsculo.

 

Abro la puerta de la calle y veo que sigue haciendo rasca y además mucha humedad. Lo confirmo cuando me meto en el coche y veo que esta todo empapado y tengo que darles a los limpias.

No hay ni un alma por el camino. Huele a mosto de la vendimia por todos lados. Se me cuela el olor en el coche. Comienzo a ver algunos tractores que ya están en danza.

 

Llego al observatorio y soy la primera en aparecer. Mientras coloco el trípode para la cámara creo escuchar un motor que viene por el camino, y no fallo, las luces indican que el otro coche está llegando.

Poco a poco nos vamos preparando, colocamos también el trípode con los 11x70 y el Dobson portátil para lechucear el cometa. Ya se me está pasando el frio y el sueño, empiezo a estar en mi salsa.

 

Comentamos que si hay éxito luego lo celebraremos desayunando en la churrería… buf, ahora me da hambre y se me antoja un café calentito. Bueno, todo a su tiempo.

 

Miro a mi alrededor, elevo la vista al cielo y trato de inspirar hondo como si quisiera esnifar el olor de las estrellas. ¿A qué huele Orión? Dioss qué bonito el conjunto. Todo el hexágono de invierno culminando en el meridiano, Júpiter, Marte y la Luna al este completan el espectáculo. El Can Mayor juega en las copas de los árboles mientras Selene nos regala una preciosa luz cenicienta que quita el sentido.

La alta humedad crea un aumento en los hongos de luz en el horizonte jorobando la escena.

¡Maldita luz artificial!, odio con todas mis fuerzas a estos hongos marchitos. Siempre apagan la voz de las estrellas con un velo de falsas luces que no saben soñar… (rechinar de dientes y puño en alto).

















Se acercan las 7 de la mañana y no hay señal del cometa, rastreamos el horizonte y cuesta distinguir incluso estrellas. La dichosa humedad está haciendo estragos. Probamos varias pasadas, cambiando de unos a otros para no cansarnos, pero parece que se resiste.

 

Comienzo a tomar fotos de referencia y en un momento dado escucho… ¿podría ser esto?

Dejo todo y me voy a los prismáticos para ver y ¡bingo! Ahí está el viajero de nuevo ante mis ojos, pero esta vez con una preciosa cola que destacaba en los prismáticos. La última vez que le vi necesité el telescopio para poder verla y ahora salta a la vista con facilidad en los 11x70.

No cubría ni la mitad del campo de éstos. La cabeza y la coma destacaba fácilmente, y el inicio de la cola brillaba con alegría, aunque después se difuminaba casi de golpe. Costaba ver más allá, pero con visión indirecta abarcaba lo que equivalía a medio grado.

 

 

Pero se notaba que la humedad emborronaba más de la cuenta. Qué pena. Hoy, precisamente hoy. El primer y último día de oportunidad para verlo en el crepúsculo del amanecer pues se precipita al perihelio y lo va a alcanzar en pocas horas.

 

Bueno, no hay que lamentarse, es más un regalo que otra cosa. Si lo importante es que no se maree durante esta catapulta y asome en unos días por el balcón del oeste vivito y coleando. Eso es lo que espero con ganas.

Aprovecho para tomar algunas fotos de recuerdo y comienzo a ver que en ellas ya se tinta el cielo de rojo y azul… Ya llega el día.

 

A partir de ahora comienza la cuenta atrás. Sube y sube mientras el cielo quiere clarear lentamente. Es imposible verlo a simple vista, pero en los prismáticos va ganando detalle y belleza. La coma y el inicio de la cola son fabulosos, la parte inferior se define muy recta y nítida mientras que el otro superior se difumina y arquea como al viento. Da la sensación de que está girando en su curva alrededor del sol. El núcleo brilla mucho, pero es demasiado pequeño para verlo a ojo desnudo.

Hay un momento que resulta muy hermoso. Su altura y el color del cielo parece estar en equilibrio. La estampa es para grabarla en la memoria. Junto al frescor del amanecer y los pájaros siento que todo ha merecido la pena. El cansancio, la humedad, el sueño y la sensación negativa de la poca altura que tiene se disipan de golpe.

 

¡Qué color está tomando el cielo! Me encanta ver amanecer

El rojo comienza a ser visible a simple vista, va aumentando hasta que el azul aparece también sobre éste como una aureola.

Cuando me quiero dar cuenta ambos se han unido derramando un tono púrpura sobre el horizonte. Este color anunciaba el despertar del día con una serenidad que dejaba sin aliento, la belleza del momento cautivaba el alma y parecía arropar al viajero celestial.
















El cometa subía a la vez que crecía esa fina franja morada dando paso a naranjas y amarillos. Eran tonos que calentaban los sentidos. El azul aún se resistía, pero poco a poco iba ganando en un cielo que no podía contener más la noche. La bóveda celeste parecía decir a gritos: mirad las estrellas, no me queda mucho tiempo de oscuridad.



 













Entonces el cometa comenzó a perder contraste, ya no podía competir con la fuerza del alba. Las compuertas del cielo rompieron y, como en una avalancha de luz, la aurora se derramó sobre las llanuras manchegas.

Me despedí del cometa con la melodía de los pájaros cantarines mirando una última vez con el pequeño Dobson y los prismáticos. Ligeros cirros aparecieron en el cielo que poco a poco comenzaron a teñirse de rojo.

 

La luz del día ganaba a la oscuridad de la noche bajo la atenta mirada de la sonrisa de plata. Su luz cenicienta seguía brillando fuerte.

Desde lo alto me prometía, con un guiño, atesorar en silencio los misterios de esta mágica noche.


Dejo por hoy al cometa cabalgando la cresta de la gran ola del amanecer, menudo viaje le espera.

Buenos días.







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