Bueno, yo
prefiero el dicho de… el que la sigue la consigue. Y salvo que la salud me lo
impida nunca dejaré de soñar con la llegada del próximo gran cometa. Cómo añoro
aquellas experiencias admirando al gran Hyakutake, o esperando la salida del
Hale Bopp…
Cada vez que
anuncian la llegada de uno que podría ser potente ya no me hago ilusiones,
mejor así, así que cada vez que dicen “llega el cometa del siglo” yo lo
convierto en una nueva aventura para disfrutar. Tan solo eso. Pase lo que pase
seguro que será ocasión para montar una expedición, programar salida o lo que
surja para poder ir a verlo. Y eso es lo que mola.
Y aquí
tenemos ya al gran cometa tan esperado como innombrable, este no necesita ocho
apellidos, con uno chino es suficiente para que además se te trabe la lengua: C/2023
A3 (Tsuchinshan-ATLAS)
Llevan
tiempo hablando de él. Pude echarle un ojo allá por el mes de mayo y disfruté
mucho la experiencia (El cometa de los dos Crepúsculos), pero parecía tan lejano el
perihelio en aquellos momentos… Tempus fugit…
Pero no
puedo dejarlo pasar, si no aprovecho y lo intento al menos una vez me perderé
su melena mañanera. Y tengo el antojo de verlo antes de que se ponga a buenas
para ver sus cambios.
Las imágenes
ya corren como la pólvora (no voy a mencionar que a algunas se les ha pasado el
retoque de frenada…) pero es una chulada de cometa.
La fortuna
del espectáculo ahora es para observadores del hemisferio sur. Aquí en la
península parece que se asoma muy bajito en el balcón de la mañana, poco antes
de despuntar el día apagando todo atisbo de oportunidad.
Bueno, pues
habrá que desafiar al crepúsculo a ver qué se deja ver antes de perderse en los
brazos del sol.
Veo por las
fechas que quedan pocas oportunidades antes de que se lo trague Lorenzo y el
tiempo no acompaña, día tras día compruebo la meteo y la cosa pinta mal de
nubes al este. Bueno, ante todo seguridad. Así que si no hay opciones seguiré
esperando.
Hasta que
llega el día del perihelio. Era el 28 de septiembre, y para alegría de todos
estaba despejado. Digo alegría porque era sábado y teníamos actividad de
telescopios en el observatorio, siempre da pena que se tenga que cancelar por
mal tiempo y esta vez todo apuntaba a que aguantaría incluso varios días. Ahí
se me enciende la bombilla.
Pues ya que
va a estar despejado ¿por qué no aprovechamos para ver el cometa? Así de
golpe se me ocurrió plantearlo y rápido se animaron los compañeros. Vale, pues
nos quedamos a hacer pruebas de trabajo cuando se vaya el público aprovechando
el cielo y luego nos echamos un poco hasta la hora de salida del cometa. Mola
el plan.
Y tanto que
molaba, hasta que la noche tomó un giro inesperado. Todo parecía emocionante
hasta que comenzamos a notar que el cielo se clareaba, que perdía contraste, y
para colmo estabilidad empeoró mucho. Siempre es un fastidio, pero no por eso
voy a perder el entusiasmo de cazar el cometa de nuevo. Tras la sesión del
público, que disfrutó mucho, nos quedamos para trastear hasta que terminamos y
nos despedimos pasadas las 2 de la madrugada poniendo las alarmas para volver a
vernos de nuevo en el observatorio.
Estaba
reventada de agotamiento.
Llegué a
casa y lo primero que me tocó fue dar de comer a los dos nuevos michi-motos que
habitan en casa, eso si, a menos de un
palmo del suelo.
Antares y
Albireo salieron a recibirme con sus maullidos de… ¡qué hay de comer!… y hasta que no se saciaron no pude prepararme
para dormir. Entre unas cosas y otras se me fue el tiempo y tan cansada que
estaba que dije: necesito dormir lo máximo posible sin perder tiempo. Así que
me acosté con la ropa puesta. Para qué perder tiempo, total, el despertador me
decía que solo iba a dormir dos horas y media.
(Alarma
sonando)
Santo cielo,
si acabo de cerrar los ojos… ahghh es horrible, esa sensación de no haber
descansado nada. ¿Para qué había puesto la alarma? Ando algo aturdida… Ah ¡El
cometa!
Uf, menos
mal que estoy vestida. Ahora pillo el abrigo, la cámara, las llaves del coche y
salgo pitando… En 20 minutos tengo que estar allí plantada por si sale, no
quiero perdérmelo antes de que aparezcan las luces del crepúsculo.
Abro la
puerta de la calle y veo que sigue haciendo rasca y además mucha humedad. Lo
confirmo cuando me meto en el coche y veo que esta todo empapado y tengo que
darles a los limpias.
No hay ni un
alma por el camino. Huele a mosto de la vendimia por todos lados. Se me cuela
el olor en el coche. Comienzo a ver algunos tractores que ya están en danza.
Llego al
observatorio y soy la primera en aparecer. Mientras coloco el trípode para la
cámara creo escuchar un motor que viene por el camino, y no fallo, las luces
indican que el otro coche está llegando.
Poco a poco
nos vamos preparando, colocamos también el trípode con los 11x70 y el Dobson
portátil para lechucear el cometa. Ya se me está pasando el frio y el sueño,
empiezo a estar en mi salsa.
Comentamos
que si hay éxito luego lo celebraremos desayunando en la churrería… buf, ahora
me da hambre y se me antoja un café calentito. Bueno, todo a su tiempo.
Miro a mi
alrededor, elevo la vista al cielo y trato de inspirar hondo como si quisiera
esnifar el olor de las estrellas. ¿A qué huele Orión? Dioss qué bonito el
conjunto. Todo el hexágono de invierno culminando en el meridiano, Júpiter,
Marte y la Luna al este completan el espectáculo. El Can Mayor juega en las
copas de los árboles mientras Selene nos regala una preciosa luz cenicienta que
quita el sentido.
La alta humedad
crea un aumento en los hongos de luz en el horizonte jorobando la escena.
¡Maldita
luz artificial!, odio con todas mis fuerzas a estos hongos marchitos. Siempre
apagan la voz de las estrellas con un velo de falsas luces que no saben soñar…
(rechinar de dientes y puño en alto).
Se acercan
las 7 de la mañana y no hay señal del cometa, rastreamos el horizonte y cuesta
distinguir incluso estrellas. La dichosa humedad está haciendo estragos.
Probamos varias pasadas, cambiando de unos a otros para no cansarnos, pero
parece que se resiste.
Comienzo a
tomar fotos de referencia y en un momento dado escucho… ¿podría ser esto?
Dejo todo y
me voy a los prismáticos para ver y ¡bingo! Ahí está el viajero de nuevo ante
mis ojos, pero esta vez con una preciosa cola que destacaba en los prismáticos.
La última vez que le vi necesité el telescopio para poder verla y ahora salta a
la vista con facilidad en los 11x70.
No cubría ni
la mitad del campo de éstos. La cabeza y la coma destacaba fácilmente, y el
inicio de la cola brillaba con alegría, aunque después se difuminaba casi de
golpe. Costaba ver más allá, pero con visión indirecta abarcaba lo que
equivalía a medio grado.
Pero se
notaba que la humedad emborronaba más de la cuenta. Qué pena. Hoy, precisamente
hoy. El primer y último día de oportunidad para verlo en el crepúsculo del
amanecer pues se precipita al perihelio y lo va a alcanzar en pocas horas.
Bueno, no
hay que lamentarse, es más un regalo que otra cosa. Si lo importante es que no
se maree durante esta catapulta y asome en unos días por el balcón del oeste
vivito y coleando. Eso es lo que espero con ganas.
Aprovecho
para tomar algunas fotos de recuerdo y comienzo a ver que en ellas ya se tinta
el cielo de rojo y azul… Ya llega el día.
A partir de
ahora comienza la cuenta atrás. Sube y sube mientras el cielo quiere clarear
lentamente. Es imposible verlo a simple vista, pero en los prismáticos va
ganando detalle y belleza. La coma y el inicio de la cola son fabulosos, la
parte inferior se define muy recta y nítida mientras que el otro superior se
difumina y arquea como al viento. Da la sensación de que está girando en su
curva alrededor del sol. El núcleo brilla mucho, pero es demasiado pequeño para
verlo a ojo desnudo.
Hay un
momento que resulta muy hermoso. Su altura y el color del cielo parece estar en
equilibrio. La estampa es para grabarla en la memoria. Junto al frescor del
amanecer y los pájaros siento que todo ha merecido la pena. El cansancio, la
humedad, el sueño y la sensación negativa de la poca altura que tiene se
disipan de golpe.
¡Qué
color está tomando el cielo! Me encanta ver amanecer…
El rojo
comienza a ser visible a simple vista, va aumentando hasta que el azul aparece
también sobre éste como una aureola.
Cuando me
quiero dar cuenta ambos se han unido derramando un tono púrpura sobre el
horizonte. Este color anunciaba el despertar del día con una serenidad que
dejaba sin aliento, la belleza del momento cautivaba el alma y parecía arropar
al viajero celestial.
El cometa subía a la vez que crecía esa fina franja morada dando paso a naranjas y amarillos. Eran tonos que calentaban los sentidos. El azul aún se resistía, pero poco a poco iba ganando en un cielo que no podía contener más la noche. La bóveda celeste parecía decir a gritos: mirad las estrellas, no me queda mucho tiempo de oscuridad.
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Entonces el
cometa comenzó a perder contraste, ya no podía competir con la fuerza del alba.
Las compuertas del cielo rompieron y, como en una avalancha de luz, la aurora
se derramó sobre las llanuras manchegas.
Me despedí
del cometa con la melodía de los pájaros cantarines mirando una última vez con
el pequeño Dobson y los prismáticos. Ligeros cirros aparecieron en el cielo que
poco a poco comenzaron a teñirse de rojo.
La luz del día ganaba a la oscuridad de la noche bajo la atenta mirada de la sonrisa de plata. Su luz cenicienta seguía brillando fuerte.
Desde lo
alto me prometía, con un guiño, atesorar en silencio los misterios de esta
mágica noche.
Dejo por hoy
al cometa cabalgando la cresta de la gran ola del amanecer, menudo viaje le
espera.
Buenos días.





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